Al pan pan

Desde el principio lo llamé por su nombre, sin eufemismos: cáncer.

Hay palabras que no merecen sinónimos: pan, hogar, libro, poema.  Y el cáncer también merece que le respeten su identidad así no hay confusiones.

Ni bien me lo detectaron, empecé a escribir poesía en inglés. La lengua que me abrió las puertas a este género hermoso de líneas que se cortan caprichosamente, de sonidos que bailan y a veces riman y te empujan a leer en voz alta. Y te invitan a gritar en ese idioma en el cual, aunque enojada, sonás respetuosa.

Pero estas noticias se hacen más livianas cuando te ayudan a llevarlas los tuyos.  Y ellos no saben inglés.  Entonces empecé a jugar con mi lengua madre. Le tuve que agregar tilde, como acentuando que no era joda. No sea cosa que intente romantizarlo.  No.  De ninguna manera.  Con él no se jode.

Y de golpe surgió un tsunami de versos crudos, dolorosos, con pizcas de humor negro y esperanza porque siempre me gustaron los platos agridulces.  Jamón con ananá.  Cáncer con poesía. 

Y así las dos lenguas me ayudaron a degustarlo, a entender los sinsabores, y a digerirlo de la manera más sana posible:  escribiendo poesía sana que sana. 

A dos lenguas.

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