Tiempo para Creer


Se huele la Navidad aunque no tenga olor.
Es la temporada del color rojo,

no importa si no está de moda.
Y del verde.
Y del blanco.
Mientras nos derretimos intentando absorber algo del aire acondicionado que se escapa por la ventana obligatoriamente abierta,
dibujamos copitos de nieve. 
Cuatro palitos, cruzados, distintos largos.  Parece refrescarnos esa navidad blanca torpe que no nos pertenece.
Instagram está invadido por manos mágicas que arman arbolitos baratos con ramitas, maderitas, tiritas de papel.
Me es más fácil sacar de su escondite el que compré hace mas de una década y desplegarlo.
Es blanco. Como mi pelo.
Porque el tiempo pasa para todos.
Y se acelera en Navidad cuando la mesa se vuelve precipicio en ese lugar
ahora                   vacío.
Y cuando se te está por caer una lágrima del tamaño de una bola plateada,
ves esa carta llena de faltas de ortografía y deseos.
Y ahí decidís que todavía no le vas a decir la verdad.
Porque la verdad duele.
Y ésta es la que duele por siempre.
Así que a pesar del calor,
rescatás ese disfraz traidor
y comprobás que cada año necesitás menos relleno para la panza.
Y mientras te prometés empezar la dieta después de las fiestas,
anotás comprar algodón porque nada más lindo que una barba 
suave, frondosa, tupida
para que cubra bien la realidad.
Así no sospecha,
       así sigue creyendo,
              así seguís creyendo
porque de eso se trata.
A pesar de todo,
                             de creer.

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