Independencia

 “A las 2.00, en Independencia al 3100.  El 96 te deja en la puerta.”


El sol de enero derrite la brea de la avenida Montes de Oca, lava negra se incrusta en la suela de las Topper nuevas amarillas que me regalaron mis abuelos para patear la gran ciudad. Largo una puteada pueblerina en voz alta, total con todo ese coro sufriente de bocinas nadie escucha a nadie.

Mientras camino hacia la pensión, y lucho por despegar mi zapatilla izquierda a cada paso, ruedan lágrimas pesadas por mis cachetes pero se evaporan antes de tocar las baldosas.  El calor de esta caldera de cemento no te deja ni llorar como se debe.

Una lágrima porque ya extraño el olor a lavanda del patio de mi mamá. 

Otra porque no sé cuánto van a durar los jazmines del cabo que me dio la abuela para aromatizar el cuarto con baño compartido. 

Hija única que nunca compartió nada.

Lagrimón.  Tan grande que no se evapora, explota en el pavimento.  Cae justo al lado de una cagada de perro que casi, casi embadurna mi zapatilla derecha.

Lluvia torrencial por mi perro.  Seguro que ya está debajo de la cama, deprimido porque no me ve.  El sábado vuelvo, Teo. El sábado vuelvo.

Si sobrevivo a esta jungla pegajosa, ruidosa, y mugrienta.

Doña Dora me recibe con olor a frito.  Buñuelos de banana. De golpe me abraza un dejo de esperanza. Me acompaña por un pasillo angosto hasta mi cuarto.  “El del fondo, como pidió tu mamá”. Por suerte, pegado al baño.  Me ilusiono pensando que como está al final de ese túnel, a muchos les va a dar fiaca ir hasta ahí. 
“Igual, mejor usá el baño grande, nena, el que está al principio del pasillo, la cadena tira mejor.”

Prefiero no pensar cómo funciona mi cadena. Prefiero seguir disfrutando del olor a buñuelos de banana fritos que rodea a mi guía turística.

Entro a mi cuarto.  Chiquito, fresco, amarillo, como mis Topper.  Cama de hierro gris, como la que tiene mi tía en el campo.  Como la de Jo en “Mujercitas”. Retengo una lágrima.  No me gusta llorar en público. En la calle no me importó porque en esta ciudad, nadie te registra.

Mesa de luz sin luz.  Yo me traje velador, vine con luz propia. Hago una nota mental sobre esta última frase.  Me va a servir para un cuento que empecé en el tren cuando venía. Me golpeo la frente con un pequeño estante suspendido sobre la pared arriba de la mesita.  Excelente ubicación.  Ya me traje unas cuantas amigas para no sentirme sola: Alfonsina, Gioconda, Harper, Jane, Mary, Maya, Virginia.  Todas viajaron conmigo apretujadas en el bolso.  Las libero y las ubico en ese palco central.  Las ubico en orden alfabético. Las obsesiones nunca nos abandonan.

Abro los cajones de una pequeña cómoda pintada de verde.  El color me genera buenas vibras.  Me traje bolsitas de lavanda.  Todo limpio, por suerte.  Me tiro en la cama.  Me hundo en un colchón mullido, suave, viejo pero fresquito. Empiezo a sentirme como en casa.  Es temprano aún. Decido que me merezco una siesta.

Sueño… 

Camino hasta la plaza.  Me tomo el 96.  Me siento del lado de los asientos individuales.  Abro la ventanilla.  El flequillo vuela libre.  Mis Topper ya limpias hacen juego con el tapizado de los asientos. El bondi me acuna hasta que escucho un grito: “Independencia al 3000”.

Me despierto y empieza mi sueño.

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