LA HORA SAGRADA (Capítulo 4: Un Elefante Ocupa Mucho Espacio - Semana 1)
CAPÍTULO 4: UN
ELEFANTE OCUPA MUCHO ESPACIO
Solamente conoces el país de
los hombres
y no puedes entender, aún,
la alegría de la libertad…
E. BORNEMANN
Luego de noches de desvelo y días de profunda exploración del segundo
estante, ese que estaba al alcance de su pequeña gigante de un metro de altura,
Otilia finalmente decidió cuál sería el libro del mes, ese que compartirían las
cuatro.
Había decidido que debía ser un libro que las incluyera a todas, uno que
como siempre les diera la oportunidad de conectar con ellas mismas para que
pudieran hacer lo que siempre le había dicho a sus alumnos y alumnas: “Lean y
hagan suyo lo que leen. Dejen que el libro les corra por las venas, dejen que
las palabras los afecten, los provoquen, los conmuevan.”
Benita tenía sólo 6 añitos pero ya sabía leer. Y lo hacía muy bien. Amaba los animales, los de la selva especialmente. Odiaba los zoológicos. Siempre decía que iba a viajar a África a visitarlos en su casa, en su verdadera casa. Soñaba con tener un perro pero sus papás ya le habían explicado que un departamento chico era como una cárcel prolija. Ella pedía uno chiquito al menos. Pero Felipe siempre le decía:
- Chiquito o grande, una mascota necesita espacio para sentirse libre.
Perdida en estos pensamientos, se le cruzó entre sus dedos un libro de
lomo lila. Había sido uno de los
primeros que Inés y Pilar habían leído junto con ella una vez que una maestra
les había contado que ese libro durante años había sido un libro
prohibido.
Otilia todavía se acordaba del murmullo que escuchó una tarde cuando las
dos nenas, sentadas frente a su pared sagrada, cuchicheaban buscando algo
horroroso que explicara por qué unas hojas llenas de palabras podían ser
peligrosas.
“¿Será un elefante malvado?” “Sí, seguro que es un asesino que roba
niños y se los come” “O capaz que es un elefante poderoso que maltrata a los
animales más pequeños”
Olivia todavía guardaba en un cuadernito Gloria todos esos comentarios
de Inés y Pilar, comentarios que ellas le dictaron la primera noche que se
sentaron a leer, juntas, “Un elefante ocupa mucho espacio” de la gigantesca e
inmortal Elsa Bornemann.
***
…todos los animales se
ubicaron en orden frente a la puerta de embarque…
E. BORNEMANN
Desde el lunes, la cama enorme de Otilia se convirtió en el refugio de animales
con nombre propio. León, el gato, casi calvo de las lavadas en lavarropas
automático. Un Nemo traído del país del
norte que más de una vez hacía las veces de pelota naranja. La tortuga María Elena, siempre llevando a
cuestas su casa verde esperanza y su gorro de paja, o lo que quedaba de
él. Y el elefante que, por supuesto, se
llamaba Víctor.
A donde Benita fuera, ellos eran su corte. Por eso ahí estaban, desde el
lunes, saltando de la cama de la abuela, al sofá, a la mesa de la cocina, al
patio, nunca al baño, regla de oro.
Desde el lunes, la persona que ocupaba el espacio preferencial en la
vida de Otilia había tomado su casa.
Desde el lunes, el desorden y la felicidad reinaban. Desorden creativo y felicidad ilimitada.
Abuela y nieta habían declarado huelga general de reglas por dos semanas y juntas habían redactado el Decálogo Sagrado:
1. La única hora que se respetará es el miércoles a las 6.00
2. Cada día se comerá en un lugar distinto (vale el piso con lonita)
3. Cada postre será una fruta distinta (darle lista a Aurelio)
4. Cada día un color de ropa distinta (respetando los colores del arco iris)
5. Cada día se mirará una peli. Condición: animales como protagonistas.
6. No hay una hora específica para irse a dormir, cuando lo pida el cuerpo.
7. Cada noche se elegirá un libro considerando que “la lectura debe ser una de las formas de felicidad” (JLBorges)
8. …
9. …
10.…
Los últimos tres puntos los habían dejado sin completar a propósito pero
abiertos para abrazar cualquier idea enorme que surgiera de ese cuerpito que
siempre estaba listo para “pensar en elefante”.
Y así fue que el miércoles, cuando las otras dos abuelas llegaron, se
encontraron con un cartel de goma eva verde y naranja colgando de la puerta del
zaguán que anunciaba:
CASA TOMADA
POR BENITA Y SUS AMIGXS.
HUELGA
GENERAL DE REGLAS.
***
(Y
que patatín fue el consejo de hacer entender a los hombres
que
los animales querían volver a ser libres…
Y
que patatán fue la orden de huelga general…)
E. BORNEMANN
Siguiendo el Decálogo Sagrado (y los colores dictados por la Madre
Naturaleza) al pie de la letra, el miércoles todas estaban vestidas de
amarillo.
Benita lucía radiante un solero amarillo maíz de bambula que había sido
de su madre y que su abuela había rescatado del baúl de la ropa de verano. Otilia había buceado en su ropero hasta
encontrar esa camisa llena de limones que combinaba perfecto con esa bermudas
beige que había comprado a una vendedora que tenía su puesto (manta mejor
dicho) a la salida del hospital donde Arturo había estado. Todavía tenía fresca la sonrisa de sol de Arturo
cuando veía esa prenda aparecer abriendo la puerta la habitación 7.
Coca no tenía ropa amarilla pero lo
había resuelto hábilmente con una chalina que Anita le había prestado cuando
escuchó divertida el programa que la novia de su papá tenía para ese
miércoles. Y Teté, bueno, Teté era una estrella
de Hollywood digna de la alfombra roja.
Benita quedó eclipsada cuando la vio entrar luciendo un vestido dorado
largo hasta el piso, con los hombros al aire y con una falda acampanada que al
girar parecía que desparramaba chispas de luz y fuego porque eso era Teté. Luz y fuego.
Después de desfilar sus modelos
alrededor de la mesa redonda de la cocina, las cuatro marcharon solemnes al
cuarto para el encuentro sagrado. En primera
fila estaba Víctor, el rey de la tarde, esperándolas sentado sobre la laptop de
Otilia. Abuela y nieta habían preparado unos alfajores de maicena obesos de
dulce de leche y unos tazones amarillo patito hasta el tope con chocolatada
bien fría para todas.
Así que con dedos pegajosos y bigotes
marrones, las tres amigas escucharon embelesadas los relatos eternos de las
películas que Benita había visto esos días.
Todas tenían como héroes animales que se habían animado a romper el
status quo y cortar cadenas para corretear (o nadar) libres por selvas, sabanas
(o mares)
Mientras Benita relataba con lujo de
detalles cada escena, las tres amigas recorrían su propia historia, las veces
en las cuales les hubiera gustado ser como Víctor y animarse a rebelarse y
sacarse un pasaje …
Si Otilia pudiera volver el tiempo
atrás, seguramente se plantaría como elefante valiente frente a doña Elena y
pelearía por su sueño de estudiar en la facultad. Ella sabía que, aparte de su relación con
Arturo, el sentimiento que más había dominado a su madre era el miedo. Con el tiempo, había llegado a comprenderlo,
un poco. Solía decirse resignada, ¿no
era lógico sentir temor de que tu hija viva en una ciudad grande, sola, y vaya a
la universidad a estudiar letras en un país en el cual había cuentos que se
consideraban armas peligrosas?
Si Coca pudiera jugar con la máquina
del tiempo, insistiría para que Polo la apoye en su proyecto de hacer comida
casera para llevar. Como siempre habían
estado bien económicamente, ella había sido la chef exclusiva de su familia
pero ¡qué lindo hubiera sido compartir sabores, recibir halagos, cobrar su
propio dinero, ¡correr libre por su propia selva!
Si Teté pudiera ir para atrás… Imposible. No estaba en su naturaleza
retroceder. Si algo la había mantenido sana y de pie había sido mirar para
adelante. Ella se sentía como
Víctor. Había conocido la oscuridad de
la jaula mental, había sufrido el dolor de los látigos de la culpa, había
sentido la opresión en el pecho de no poder gritar a los cuatro vientos lo que
le pasaba, se había sentido un trapo sucio hasta que tomó conciencia de que era
ella la que tenía que luchar por su propio espacio. Y sabía que se merecía uno
bien grande. Y ése había sido su objetivo, siempre.
Si Benita pudiera cambiar algo de su
vida, “una hermanita y un perro, abu”…
Y así pasó la tarde, con cada una masticando
en silencio y también compartiendo algún sueño gigante comprensible para
Benita.
Otilia: escribir un libro.
Coca: abrir un restaurant.
Teté: comprarse una isla en el Caribe
para ella sola (y sus amigas) (y Benita)
Y así fueron torciendo barrotes, abriendo
jaulas, y volando cada una en su propio avión, “porque todos sabemos que un elefante ocupa mucho, mucho espacio…”
Amigas compartiendo sueños... qué hermosa imagen. Gracias por La hora sagrada!
ResponderBorrarSoñar y soñar y poder concretar algún sueño!! Q londooooo
ResponderBorrarAy que hermoso miércoles! Me habría encantado estar ahí para compartirlo! Nada más lindo que soñar despierto 💕
ResponderBorrar