LA HORA SAGRADA (Capítulo 3: El Ojo de la Mujer - Semana 3)

 

Irracionales niñas buenas

me circundan y danzan sus canciones infantiles contra mí;

contra esta mujer

hecha y derecha

plena

esta mujer de pechos en pecho

y anchas caderas

que, por mi madre y contra ella,

me gusta ser.

G.  BELLI

 

El miércoles siguiente, las tres se juntaron como cada semana. Había tanto para seguir procesando entre estas tres mujeres de pechos en pecho y anchas caderas, tantas preguntas tenían pero no querían importunar a esa niña buena que tanto había sufrido en silencio, tantos años, en un purgatorio que no le pertenecía.

Pero una vez demolido ese muro de silencio, entre mates, tecitos y limonadas bien frías, Otilia y Coca escucharon con dolor atragantado entre scons de naranja el secreto del secreto: Teté nunca le había contado a su padre lo sucedido.

Don Justo, ese juez hecho y derecho, había sobrevivido a su bella Esmeralda y se había dado el lujo de ver a su adorada hija convertirse en una mujer hecha y derecha.  Y en respetuoso silencio, había apoyado su decisión de no casarse ni formar una familia.

- Contarle hubiera significado el fin de su carrera, el fin de su sensatez, no quería quedarme huérfana de padre también.

Y este sacrificio, según Teté, había valido la pena ya que los años que vivieron sólos ambos funcionaron como un gran equipo, compañeros y compinches de viajes y proyectos, de locuras y sueños cumplidos. 

Fue así como Don Justo vio con orgullo cómo Teté era punta de lanza en todo lo que implicaba ayudar a mujeres en situaciones de riesgo.

- Ésa fue mi manera de purgar mi culpa por ese secreto, ese único secreto que nunca le revelé.

Don Justo había sido el gran contribuyente en la construcción de El Hogarcito que funcionaba en el pueblo desde hacía mas de cuatro décadas.  Gracias a este equipo imbatible de padre e hija, muchas pequeñas madres habían logrado lo inlograble gracias a que un juez había sabido leer las leyes y había hecho lo correcto para hacer que se cumplieran, sin velos tapando ojos ni balanzas descalibradas a favor de bolsillos abultados o apellidos largos y compuestos.

Sin dudas, Don Justo siempre le había hecho honor a su nombre.

Por eso mismo, Teté estaba convencida de que si ella hubiera hablado, su papá hubiera cruzado el Atlántico en su propio velero en busca de ese degenerado de cuñado que nunca le había caído bien.

- Ese malcriado sin códigos que sólo sabe despilfarrar la plata de sus padres -solía decir cada tanto cuando se preguntaba qué sería de él ya que desde ese viaje trágico se lo había tragado la tierra.

Más le valía no aparecer. 

Teté tenía grabado en su mente la única vez que habían vuelto a tocar el tema con su mamá.  Una siesta de verano, calurosa como esa noche barcelonesa, Doña Esmeralda le había dicho que si Arquímedes pisaba suelo argentino, iba a la cárcel directo.  Su mamá no le había dicho nada a su marido pero sí había movido sus contactos y había hecho la denuncia pertinente.  Por lo tanto, Arquímedes tenía pedido de captura.  Nunca iba a llegar más lejos que Ezeiza.  

Teté nunca supo más de ese “hijo de puta con mayúsculas” como había dicho Otilia enajenada; ese “energúmeno”, palabras de Coca; “sin códigos” según Don Justo.  Y nunca había hecho nada para saber.  

- Ya debe estar muerto a esta altura.  Seguramente, no descansando en paz.

Y esta decisión de borrarlo de su memoria (consciente, al menos) le había permitido disfrutar de su papá, de ese Hombre con mayúsculas que había sido su gran partener hasta esa tarde fresquita de otoño en que le dio un beso en la frente a su hija antes de su siesta diaria, siesta bien ganada, siesta que se volvió eterna, siesta en paz como le pasa a la gente buena.

A la gente hecha y derecha.