LA HORA SAGRADA (Capítulo 3: El Ojo de la Mujer - Semana 2)
Quedará
de nosotros
algo
más que el gesto o la palabra:
este
deseo candente de libertad,
esta
intoxicación,
se contagia.
G. BELLI
Libertad. Libertad para ser, hacer, decir, no decir. Esa era una regla implícita entre las
tres. Nunca ninguna debía sentirse
obligada a ser, hacer, ni decir nada.
Y eso acordaron Coca y Otilia cuando se acercaba el miércoles. Habían intercambiado
un par de mensajes cordiales con Teté en los cuales les había asegurado que se
sentía bien, que no se preocuparan. No podían
hacerle caso en esto último. Pero sí podían prometerse a ellas mismas no forzar
a Teté a nada. La mochila que acarreaba
debía ser verdaderamente pesada para haberla vencido y ellas estaban dispuestas a ayudarla a
llevarla, o a tirarla, pero era Teté la dueña.
Ella debía dar el primer paso. Y
ellas ahí estarían, atentas y alertas, en bambalinas, listas para entrar en
escena cuando la protagonista lo considere oportuno. Era su película, su guión. Ellas
eras actrices secundarias pero las primeras interesadas en que el relato
tuviera un desarrollo y, dentro de lo posible, un desenlace liberador.
6 pm Teté estaba ahí, bella y altiva, en control. Coca llegó al mismo tiempo. Sola. Así lo
había preferido. Como en los viejos
tiempos.
Tecitos, mates y limonada. Bien
fría. Bien azucarada, por las dudas.
Como Teté no decía nada, Otilia decidió ser mano. Entonces, jugó sus líneas. Entonces, leyó las primeras tres líneas de un
poema llamado “No Me Arrepiento de Nada” de la antología del mes.
“Desde la mujer que soy
A veces me da
por contemplar
Aquellas que
pude haber sido;(…)”
Tres simples líneas. Tres simples
mujeres. Nada es tan simple como
parece. Nadie es tan feliz como luce. La vida no es tan fácil, a veces.
Otilia comenzó diciendo que muchas veces contemplaba a esa escritora que
podría haber sido si se hubiera animado a mudarse con su tía a Chapadmalal
para estudiar Letras en la Universidad de Mar del Plata.
La tía Elisa, la oveja negra. Esa
mujer que andaba en moto con el viento y el salitre pegándole en esa cara fresca que
siempre asomaba sonriente debajo del casco abierto. Esa mujer que recitaba “La
Loba” de su amada Alfonsina mientras le daba el toque final a los vestidos más
vaporosos para las marplatenses más adineradas que morían por lucir sus
creaciones. Esa mujer que se animó a ser, libremente.
- - ¡Cómo te vas a ir lejos de tu familia! ¡Cómo vas a abandonar a Arturo! Si podés ser maestra, y enseñar Lengua y
Literatura, total, es lo mismo -de golpe, esas palabras de doña Elena volvieron
a retumbar en su cabeza.
Otilia estaba conforme con la vida que había tenido. Aún así, cada
tanto contemplaba esa que podría haber sido, una mujer abriendo cajas con su
nuevo libro recién llegado de la imprenta.
Ese olor incomparable. Ese olor a
ideas que sólo los que aman leer huelen.
Ese olor a imaginación vuelta palabra.
Ese olor…
Coca confesó que durante años, mas bien décadas, contempló a una Coca
joven durmiendo al lado de un Aurelio que olía a sandías. Solía soñarse acomodando los morrones, las
manzanas y las cerezas, los cherries y las frutillas, y el aroma a fruta fresca
la embriagaba y, muchas veces, la había hecho llorar. Pero ahora, ya madura, olía a esa mujer cada
vez que se despertaba y también lloraba, ahora embriagada por la plenitud.
Durante estas dos jugadas, Teté tomó su limonada de a sorbitos y escuchó
con más atención que nunca, sin interrumpir con finas ironías o comentarios con
doble sentido como era su manera de jugar cuando el tema no era de su talle. Finalmente, luego de ver cómo uno de los
alegres lagrimones de Coca quedaba suspendido al borde de esos labios color
ciruela, Teté pidió la palabra, tomó su copia del poema y leyó pausadamente,
catando cada palabra como si fueran sorbos de esos vinos caros que nunca
faltaban en su mesa: “…rompí lazos
inviolables y me atreví a gozar / el cuerpo sano y sinuoso con el que los genes
/ de todos mis ancestros me dotaron.”
Suspiró hondo y siguió:
- - Mi cuerpo sinuoso. Tan sinuoso que hizo que uno de las
personas más queridas de mi niñez perdiera el control y chocara y me
atropellara dejándome lisiada para siempre.
Y manteniendo la metáfora, instrumento tan útil cuando no sabemos cómo
decir lo que duele decir, Teté continuó:
- - El gran accidente que mi cuerpo causó fue en
Barcelona. En ese viaje que hice con mamá.
Hacía calor. Mucho calor. Casi no se podía dormir. No había aire acondicionado en ninguna casa
en esa época, menos que menos en la casona del tío Arquímedes. Era de madrugada. Mamá dormía.
Me levanté a tomar agua. Estaba
en la cocina, mirando por la ventana, pasándome la botella helada por el cuello
cuando dos manos que conocía desde siempre se volvieron garras que se aferraron
a partes de mi cuerpo que sólo Pipo había tocado tembloroso alguna vez.
Un poco más de limonada.
- - Me quedé paralizada.
No pude ni gritar. Sentí su
dureza apoyada en mis nalgas. Esas
garras asquerosas que no pedían permiso y ese aliento a Marlboro que alguna vez
había adorado me provocó primero náuseas y después, me desmayé.
A esta altura Otilia y Coca lloraban sin parar. No sabían si
abrazarla. Ese cuerpo hermoso culpable
de nada temblaba. Teté no lloraba pero
tiritaba. Ahora las tres mujeres contemplaban
a esa mujercita de 18 años. Indefensa. Inocente.
Inerte. Desparramada sobre ese
piso lejano, testigo de lo abominable.
- - Cuando me desperté, estaba tirada en el sofá. Pálida, asustada, fría, llorosa. Al lado estaban mi mamá y su hermano
abanicándome. Y el hijo de puta decía sin parar ´este calor de la hostia
desvanece al más valiente´. En ese momento no pude hablar. Sólo atiné a pegarme una ducha fría, helada y
a acostarme abrazada a mi mamá. Me dormí
llorando, me desperté llorando y así pasé los siguientes 5 días hasta que mi
mamá decidió que era hora de volvernos.
Cuando subimos al avión, recién ahí sentí que se me iba la opresión que
sentía en la garganta desde esa madrugada nefasta y cuando el avión despegó, me
despresuricé y le conté a mi mamá lo que había pasado. Y ahí fue el principio del final. Nunca más volví a tener a mi mamá
entera. Nunca se lo perdonó a él. Nunca se lo perdonó a ella. Y yo nunca me lo
perdoné.
Ya no era necesario que les explicara por qué había abandonado a
Pipo.
- - Hasta el otro día que, ante tu comentario, caí en la
cuenta de que no quería contemplar más a esa mujer herida que sólo quería herir
para sanar. Mi cuerpo no fue culpable de nada.
Y no todos los hombres son iguales.
En el mundo hay Arturos, hay Polos, hay Aurelios, hay Justos…y hay
Pipos.
Wow! Que golpe de realidad interrumpió las sesiones idílicas de los miércoles! Que carga tan pesada llevan algunas mujeres por tanto años! Super atrapante el capítulo, Marce!
ResponderBorrarMe encantoooooo!!!!!!!
ResponderBorrarPobre Teté, cuánto dolor!!!!!!
Pero yo creo en las vueltas de la vida, ¿o no, señora escritora? ¿Con qué nos va a sorprender?
Al fin Teté logró soltar... lo q tanto la oprimía para empezar a sanar... seguramente con la ayuda y contención de Coca y Otilia... lo logrará... Pobre Teté !
ResponderBorrarQue bueno q tete soltó su carga pesadísima, no muchas mujeres pueden!💕💕 Atrapada en la historia!!
ResponderBorrarQué bueno poder soltar...hablar....largar...llorar...sin mochila se hace más fácil seguir! Bien por Tete!
ResponderBorrarWow... La importancia de armar tribu con esas amistades que logran que exorcicemos los fantasmas del organismo y liberemos el alma al fin... Hermoso capitulo.
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