LA HORA SAGRADA: (Capítulo 3: EL OJO DE LA MUJER - Intro y Semana 1)

 

CAPÍTULO 3: EL OJO DE LA MUJER

 

“Soy llena de gozo,

llena de vida,

cargada de energías

como un animal joven y contento.”

G.  BELLI

 

Efectivamente, al otro día de haber dado por finalizadas sus semanas Austenianas, semanas rebalsadas de emociones intensas, algunas gozosas otras gloriosas, y también dolorosas, Otilia se sentó frente a su laptop segura de su decisión: era momento de refrescar la mente y ventilar el corazón con un poco de poesía.

Así que ya saboreando líneas e imágenes de la elegida del mes, acomodó bien el almohadón con los globos aerostáticos siempre listos para tomar vuelo y tipeó:

“Este mes va a ser el mes de la poesía, nos lo merecemos. Acá les adjunto algunos poemas de una poeta que descubrí hace poco.  Espero que la disfruten tanto como yo”.

Inmediatamente, adjuntó un PDF con unas páginas cuidadosamente seleccionadas del “Ojo de la Mujer” de Gioconda Belli.  Si no lo hacía en el momento, seguro que mandaba el mail sin adjunto, como ya le había pasado incontables veces.

Y como siempre, cerró su mensaje diciendo:

“Las esperamos el miércoles a las 6.00. 

Otilia y Gioconda”.

 

***

 

“Llena de grumos.

áspera de vida.

estoy tensa como un arco

esperando tu flecha,

para atravesar de gozo

los campos llenos de amapolas explotando.”

G.  BELLI

 

Y así llegaron al primer miércoles de poesía, llenas de grumos.  Grumos que necesitaban que se siguiera revolviendo en el interior de cada una para así disolverse y dejarlas seguir viviendo y gozando, sintiendo y vibrando.

La primera en llegar esta vez fue Teté.  Se la notaba turbada.  Otilia le ofreció limonada porque la notó acalorada, movediza, incómoda.  Algo le estaba molestando y en cualquier momento iba a escupirlo.  Pero Otilia sabía que presionar no era el método adecuado con Teté, quien odiaba sentirse forzada a decir o hacer. 

No soportaba nada que la condicionara.  De hecho, gracias a su acomodada posición económica y su lucidez, nunca había trabajado en relación de dependencia.  Siempre había sido su propia jefa, su propia CEO como le gustaba decir, sin ningún techo de cristal, siempre agudizando la vista para detectar qué nuevo negocio iniciar y cuando se aburría, a viajar y a pensar.  Y así se reiniciaba cada vez. 

Otilia la admiraba pero muchas veces se preguntaba si esa búsqueda constante no significaba que todavía no se había encontrado.  Algo que se contradecía cuando se la veía llegar, cual locomotora, arrollando todo a su paso, especialmente cuanto ser de sexo masculino osaba hacer el intento de cambiar los rieles y torcerle su curso.

Desde lo de Pipo, ninguno había podido permanecer mucho en ese tren moderno y ultra-veloz, inteligente pero fugaz, atrapante pero riesgoso.  Casi todos los pretendientes que había tenido desde ese final abrupto e incomprensible habían terminado heridos, lastimados, vulnerados por una Teté que los envolvía con su encanto y, de golpe, cuando la relación parecía empezar a echar raíces, ella la arrancaba de cuajo y los descartaba.  Como si fueran material desechable, no apto para ser reutilizado, al menos por ella.

A Otilia no le gustaba escuchar a Teté hablando de sus candidatos con ese tono mercantilista pero era más fuerte que ella.  Don Justo había sido un papá presente y respetable, un juez intachable, siempre atento a todos sus deseos y, como esposo, había estado al lado de su Esmeralda y la había acompañado fielmente durante su declive emocional, corporal, espiritual. Siempre que surgía el tema, Pilar sostenía: “Teté no tiene ninguna Daddy issue, acá hay algo más”.

Con Coca a veces se preguntaban qué hubiera sido de Teté si nunca hubiera abandonado, o mejor dicho, descartado a Pipo.  ¿Por qué lo hizo? Enigma eterno. ¿O lo sabrían alguna vez?

Teté estaba ya jugando con la hojita de menta de la limonada que ya corría por sus entrañas cuando llegó Coca con esa cara de adolescente en plena ebullición que tanta alegría les causaba.  Se había puesto un vestido, floreado, juvenil, liviano, sexy.  Levitaba sobre unas sandalias rojas que Polo hubiera mirado con desaprobación, y que Coca nunca se hubiera siquiera probado en su presencia.

Llena de gozo.  Así estaba Coca.  Toda ella era placer hecho mujer.  Su sonrisa ardía de amor consumado.  Era una Coca renacida.  Redescubierta.  Deliciosa. Una Coca que entró recitando de memoria: “El hombre que me ame / deberá saber descorrer las cortinas de la piel, / encontrar la profundidad en mis ojos / y conocer lo que anida en mí, / la golondrina transparente de la ternura.” Y luego de hacer una reverencia mientras Otilia la aplaudía, dijo: “Palabras de mi nueva amiga, Gioconda Belli.”

Teté no aplaudió.  Cuando vio que las dos amigas la miraban con cara de signo de interrogación, se puso sus anteojos violeta, los que usaba solamente para leer lo miércoles, y con voz clara y contundente recitó: “El hombre que me ame / no querrá poseerme como una mercancía, / ni exhibirme como un trofeo de caza, / sabrá estar a mi lado / con el mismo amor / con que yo estaré al lado suyo.”

Silencio sepulcral. Ojos vidriosos en la poderosa Teté.  “Ese hombre nunca lo encontré”.  Voz quebrada, irreconocible.

Aún poseída por la adolescente sin filtros en la que se había convertido, Coca afirmó: “Pipo nunca te trató como una mercancía, vos a él sí.”

De golpe, el cuarto cálido de Otilia, ese rincón seguro donde las tres amigas lograban una sinergia perfecta cada miércoles se convirtió en una cámara frigorífica, gélida, antipática.  Otilia enmudeció y se hundió en su almohadón mágico donde los globos aerostáticos parecían haberse pinchado y estar cayendo a pique.  Mientras, los otros dos pares de ojos se batían a duelo. 

-         ¿Cuándo nos vas a contar por qué abandonaste al hombre que te amaba como nunca nadie más lo hizo? 

De golpe los roles habían cambiado.  Coca era ahora una mujer plena, segura, sin vueltas.  Y Teté un gorrión asustado, arrinconado en ese cuarto donde siempre se había sentido a salvo. 

De golpe, se vio como hacía años no se había sentido: vulnerada, floja, sin esqueleto, y como le pasó aquel día en que su vida cambió para siempre, se desmayó. Por suerte esta vez estaba sentada en su sillón. Con sus amigas a mano.

Luego de unos segundos que parecieron siglos y unas cachetadas que ninguna de las dos habían dado en su vida, (ni siquiera Otilia después de ver su vestido de novia convertido en un disfraz de Halloween negro como la brea, o Coca después de barrer los restos del jarrón de la bisabuela, aro de básquet frustrado), Teté volvió en sí. 

Pálida, asustada, fría, llorosa. 

De golpe, la dueña de sí misma era de nuevo esa joven de 18 años que en un país lejano descubría, con asco, que los hombres a quien amaba podían convertirse en monstruos.  Y ella era un cuerpo que anhelaban poseer. Sin tapujos.  Sin vergüenza.  Sin reparos.

Y ése fue el día que Teté decidió que ellos eran una mercancía también. Descartable.

Pero Teté no estaba lista aún para hablar así que luego de un vaso de limonada bien azucarada, Coca llamó a Aurelio y juntos la llevaron hasta su casa.  Era la primera vez que la hora sagrada era arruinada por algo que había pasado entre ellas. 

Más de una vez Coca había tenido que salir a las corridas, cuando Matías se quebró el peroné en un entrenamiento, o cuando Polo tuvo su primer dolor en el pecho en el club y había pedido a gritos por ella.  Otilia también había tenido que suspender cuando la profesora de Inglés la llamó desesperada porque Inés se acababa de indisponer por primera vez y lloraba encerrada en el baño, a pesar de que desde hacía un año llevaba toallitas en un bolsillo de su mochila, “por si te viene, hija”.

También había tenido que suspender el día que Arturo la llamó y le dijo que no se acordaba el camino para volver a su casa del club.  Mejor no recordarlo.

Nunca la hora sagrada había sido interrumpida por Teté.  Ella no sabía de estos inconvenientes porque ella era su propia dueña y sabía muy bien los códigos secretos de cada uno de los comandos de su vida.

Pero esta vez el sistema había fallado.

Había llegado la hora de ayudarla a disolver esos grumos que la estaban atragantando.  Tenía que tragar o escupir.  Para liberar. Y vivir.

 

Comentarios

  1. Uuuuaaaauuuu........¿quién lo hubiera dicho?.
    Nos dejás en ascuas, sobrina querida.

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  2. Ja!!! Y ahora??? Pobre Teté... q lo largue ya... así sus amigas pueden ayudarla...

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  3. A contar todo tete!! Así no te sentís tan sola!!! 🌈🌈🌈

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  4. Acá estoy conociendo también a mi nueva amiga Gioconda!! Y esperando a que Tete pueda contar su historia!

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  5. Qué grumos Tete, seran los que te paralizan, a seguir batiendo.

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