LA HORA SAGRADA (Capítulo 2: Orgullo y Prejuicio - Semana 2)
Hubiera
dado el mundo por haber tenido valor para decir la verdad,
para
vivir la verdad.
J. AUSTEN
Ésta fue la frase con la que iniciaron su encuentro las tres el
miércoles siguiente. Coca tenía mucho
más para contarles porque esa misma frase era la que le había dado fuerzas para
hablar con Matías y Francisco el domingo siguiente a ese miércoles liberador en
el que había desembuchado todo ante sus hermanas de la vida, como las
presentaba ante desconocidos.
Ante un dilema, Coca siempre había
seguido el mismo patrón: primero, lo ponía sobre la mesa de los miércoles para
ver qué pensaban ellas. Dependiendo de
las conclusiones a las que llegaba, el jueves o viernes lo hablaba con Polo, y
si esto involucraba a sus hijos, durante el fin de semana lo hablaban los dos
con ellos.
A Otilia siempre le había sorprendido esta dinámica porque ella
generalmente hablaba todo primero con Arturo. Y había cosas que sus amigas a
veces ni se enteraban. Otilia respetaba
mucho su intimidad pero también respetaba las diferencias. Por eso, si eso era lo que le servía a Coca,
listo. Ni una palabra más.
Ese había sido el proceso, por ejemplo, cuando Coca planteó que necesitaba
que alguien la ayudara con la casa.
Primero lo habló con sus amigas y ellas fueron claves para que estuviera
preparada para refutar los posibles argumentos de Polo: “¿Estás segura que
necesitás ayuda? Si vos no
trabajás.” De sólo imaginarlos, Teté había
reaccionado con alaridos seguidos de epítetos contra Polo y los de su género ya
que ella sostenía que la profesión más esencial del mundo que debería ser
reconocida con un premio Nobel era la de ama de casa.
- - Ama de casa, ama y señora, ¿ama de qué? -había protestado una Teté enardecida- ¿ama
de ollas y sartenes, de lampazos y trapos de piso, de detergentes y
desinfectantes, de calzones sucios y medias transpiradas? ¿Quién AMA todo
eso? ¡Pero por favor!
A las dos semanas de esa charla, había aparecido Alicia y su magia haciendo de las suyas en
esa casa llena de galerías aireadas, plantas vigorosas y muebles
lustrosos. Alicia: mano derecha e
izquierda de Coca hasta que se jubiló y decidió volver a su Bolivia natal, unos
meses después de la partida de Polo.
Vale aclarar que Polo no ofreció ninguna resistencia ante ese pedido de Coca
y fue él mismo quien contrató a Alicia, como decía Otilia, “salida del país de
las maravillas”, amorosa, humilde, trabajadora, divertida, una luchadora que
supo ganarse su lugar en la familia.
El mismo modus operandi se había repetido también cuando Coca vio que a
Matías la carrera de contador, que tanto le apasionaba a Francisco, lo estaba
enfermando. Una vez más, sus amigas la
habían asesorado en cómo encarar a Polo para que aflojara con querer que sus
dos hijos cumplieran su sueño truncado: estudiar para contador en la
universidad.
Gracias a esa charla a tiempo, Matías era ahora un profesor de Educación
Física que amaba bicicletear de escuela en escuela y de club en club entrenando
a mujeres y hombres con pasión y alegría.
Matías, el menor, siempre había sido el más cariñoso, el más mimado por
Coca. Juguetón, divertido, pícaro,
“catrasca”. Siempre trepando árboles, recorriendo techos, volando con su bici
de vereda a vereda, brillando en cada partido de básquet, saliendo cada sábado
a bailar, religiosamente.
Francisco, el mayor, siempre había sido el depositario de todo lo que
Polo quería y hubiera querido lograr.
Pero como eran tan parecidos, Francisco nunca había sentido los deseos
de su padre como una pesada herencia. Al
contrario, con sólo mirarse sabían lo que el otro pensaba. Por eso, sin dudarlo, a los 18 Francisco
partió para la gran ciudad y a los 5 años volvió con el título de contador,
listo para asegurarse de que nadie más se metiera en los negocios siempre
exitosos de su padre, dueño de una empresa mayorista de productos lácteos, la
cual había fundado cuando joven con la ayuda de su padre y de todas las
hectáreas de la familia.
Desde hacía 5 años, todos los domingos los dos venían a almorzar con
Coca. Entonces, habiendo ya tratado el tema en la mesa de los miércoles, sólo
faltaba el último paso: blanquear con sus hijos su nueva realidad amorosa.
Hablando de amores, desde hacía una década, Francisco salía con Cecilia,
su primera y única novia, quien se sumaba a esta mesa siempre llena de comida
casera de esa mamá que hasta que Polo faltó, nunca había usado la palabra delivery.
Matías era una caja de sorpresas.
A veces venía solo y otras, no.
Ya Coca había perdido la cuenta de las novias que le había presentado,
todas encantadoras, todas cariñosas, todas queribles. Como él.
Para ese domingo en particular, Coca les había hecho un pedido que los
había sorprendido, y alarmado,: “Sólo por esta vez, necesito que vengan solos,
por favor.”
Desde ese mensaje que Coca había enviado el sábado a la mañana, Matías
no había parado de mensajearla cada dos horas preguntando si estaba todo bien,
si necesitaba algo. El sábado era su día
más complicado ya que todos sus equipos competían en diferentes ligas y ese
sábado su equipo de fútbol femenino jugaba la final. Las Búfalas, ese equipo de guerreras que tanto lo llenaba de gozo y que tantas
discusiones le había causado con su padre: “¿Entrenás a un grupo de chicas para
jugar al fútbol? Deben ser unas machonas,
el fútbol es cosa de hombres, ¡por Dios!”
Francisco había pasado con Ceci el sábado a la tarde a tomar unos
mates. Ésa era su manera de chequear si
todo estaba bien. Observando. En silencio.
Sin hablar. Pero ahí estaba.
Asustado pero presente. Era un
calco de Polo, por dentro y por fuera.
Tan duro y a la vez tan endeble.
Polo se comía el mundo pero Coca era su sostén. Ese sábado a Coca le partió el alma ver a su
hijo mayor tan vulnerable, tan atemorizado.
Sólo atinó a decirle: “Quedate tranquilo que no es nada de salud. Es algo lindo lo que tengo para
contarles.” Igual, el pedido de venir solos
era una cuenta que a Francisco no le cerraba.
El domingo a las 10 los dos hombres ya estaban en la cocina con facturas
calentitas. Eran dos pollos
mojados. Coca no pudo evitar tentarse
de la risa al verlos. “Cagones como su padre”, les dijo mientras preparaba
cafecito con leche para los dos, con leche espumante, por supuesto.
La cara de desesperación de sus dos hombrecitos la obligó a no esperar
hasta el almuerzo. Así que, de frente
march, sin mucho preámbulo les disparó: “Estoy de novia.”
Hay cosas que no tienen vuelta.
Hay situaciones que no admiten eufemismos. Y ésta era una. Ya no más ocultamientos para algo que no
tenía por qué estar oculto. “Estoy muy
enamorada.” Es como cuando tenés que
anunciar que alguien murió. Aunque duela
hay que decirlo. De una. “Hace 4 años que estoy con Aurelio.” Al principio puede sonar a sopapo que deja al
que lo recibe medio grogui, recalculando, sin poder de reacción. Hay que aprovechar ese instante de inacción
para seguir así no hay vuelta atrás.
“Estamos dispuestos a vivir nuestro amor abiertamente. No vamos a vivir
juntos pero no nos vamos a ocultar más.”
Bocas abiertas, ojos abiertos, facturas que se enfrían, espuma que sigue
ahí cual volcán paralizado. “No les
estoy pidiendo su aprobación, sólo se los estoy contando y quiero que sepan que
estoy dispuesta a vivir mi verdad.”
Listo. Ya está. Nada más que
decir.
Tuvo que contenerse para no salir corriendo directo al teléfono y llamar
a Aurelio. Sí, a Aurelio. Y decirle: “Gordo, ya está. Somos
libres”. Ese mismo día él iba a hablar
con Anita, su hija adorada, maestra jardinera, dulce y cariñosa, la mimosa de
su papá, los ojos de su papá. La nena de papá.
Estaba perdida en estas elucubraciones cuando sintió el abrazo de oso de
Matías, su Matute querido, quien le decía: “Qué lindo que estés enamorada,
viejita, el amor es lo más lindo que hay.” Mientras seguía arropada por esos
brazos musculosos, vio que Francisco la miraba, pero no la miraba. Su mirada estaba más allá. Hasta que de golpe, esos ojos siempre alertas
y seguros se juntaron con los de ella, vidriosos por la edad y la
circunstancia. Y ahí vio que su hijito lloraba.
Su Francisco el Fuerte estaba llorando.
A moco tendido.
Desconsoladamente.
Entonces Coca apartó al menor dulcemente y abrazó al contador, que
parecía haber perdido el balance de todas sus cuentas, y ambos lloraron. Coca no sabía por qué pero cuando una madre
ve llorar a un hijo, llora. Hasta que
después de unos minutos de lluvia torrencial, Francisco se recompuso, la miró y
dijo: “Si vos sos feliz, nosotros también.”
Balance cerrado con éxito.
***
Es
mejor saber tan poco como sea posible de los defectos de la persona
con
la que estás a punto de pasar tu vida.
J. AUSTEN
Esa frase se le vino a la cabeza a Coca ese mismo domingo a la noche
después de la charla más profunda que había tenido con su primogénito en toda
su vida.
¿Es mejor no saber? No estaba
segura. Es
verdad que con Polo se habían descubierto sus puntos flacos viviendo juntos. Muchos miércoles, las tres habían
reflexionado largo y tendido, con añoranza, sobre la costumbre de ahora de las
parejas de convivir antes de casarse…
¡Cómo le hubiera gustado a Coca haber nacido unas décadas más
tarde! Por eso, estaba dispuesta a
aprovechar cada microsegundo de este segundo acto y descubrir los defectos de
su querido Aurelio, y amarlos y aceptarlos. O no, quién dice...
Después de un almuerzo dominical relajado alrededor de una mesa adornada
por esos ravioles que solo ella sabía preparar, Coca había pasado la tarde en
lo de su novio contándole las novedades.
Él iba a hablar con Anita durante la cena.
Pero al volver a su casa, se había encontrado a Francisco estacionado
afuera, esperándola. Esta vez la
alarmada había sido ella. Algo no andaba
bien. Igualmente, nada ni nadie iba a
impedir su idilio.
Y Francisco tampoco. Lo que menos
quería era ponerle piedras a la felicidad de su mamá. Al contrario, esa madre enamorada, reiniciada, rejuvenecida, dispuesta
a jugarse sus últimos cartuchos por ese amor que había quedado en pausa durante
años, lo había sacudido y obligado a salir de su adormecimiento.
De golpe, mientras Coca les contaba su noticia radiante y llena de luz,
Francisco había caído en la cuenta de que él también tenía que dar un giro y
animarse a vivir, como su mamá.
“No quiero más a Cecilia.” Hay cosas que no ameritan vueltas. “Hace tiempo que siento que es más costumbre que amor.” Era la primera vez que lo ponía en palabras. “Hace 10 años que estamos juntos pero siento que no nos conocemos.” El brillo fulminante en los ojos de Coca había sido un relámpago que lo había partido en dos y le había corrido la venda que tenía sobre sus ojos hacía tiempo. La valentía de su madre lo había motivado a animarse a ver y a reconocer lo que le pasaba. Reconocer, verbo que desde donde lo leas, se lee igual. Había leído eso en twitter esa tarde. Hasta las redes parecían estar alineadas para que hiciera lo que debía hacer.
“Ceci se ha puesto insistente
con que tenemos que formalizar y no sé cómo decirle que no la quiero más, como
pareja.” Ceci era la nuera ideal, Coca
no le encontraba ningún defecto. Polo la
había querido desde el primer día: estudiosa (se había recibido de arquitecta),
atenta (no se olvidaba de ningún cumpleaños, nunca), y organizada (sus días
eran un plano perfecto, sin fisuras). “Y
se llevan tan bien. Ni un sí ni un no.”, le gustaba decir a Polo con orgullo.
- - Sólo hablamos de nuestros trabajos y ella tiene todo
planificado. No sé cómo decirle que esto no va más, vieja.
Y ahí fue cuando Coca le dijo con una convicción que sólo una madre
puede tener cuando ve que un hijo está en un momento bisagra en la vida: “Tenés
que decir la verdad para poder vivir la verdad.”
Mientras su hijo la abrazaba, ella se quedó pensando si lo que acababa de decir era suyo o si se lo había robado a alguna de las autoras que Otilia les presentaba cada mes. No importaba. Ahora era su frase. Su mantra.
Y en ese
momento se convirtió en el himno de Francisco también.
Chan!!!!!
ResponderBorrarPerooo!!! Cada vez más interesanteee... y ahora hay q esperar otra semana??? Me quedo con RECONOCER... Y decir La verdad para vivirla... Dos perlas !!!
ResponderBorrarGenialll!!!
ResponderBorrar* RECONOCER
* DECIR LA VERDAD PARA VIVIRLA...
Las 2 perlitas q me guardo de La hora Sagrada de esta semana...
Al derecho o al revés, siempre "reconocer" es el verbo que nos abre el camino.
ResponderBorrarMuy bueno, Marce.
¡¡¡Quedo impaciente por más!!!
Decir la verdad para poder vivir la verdad!
ResponderBorrarPara pensar! Esperando el miércoles!
Que lindo! Ese encuentro me emocionó mucho!
ResponderBorrarVamos, Coca! 💪🏾👏🏽👏🏽👏🏽
ResponderBorrarQue hermoso capítulo! Me emocioné mucho con las confesiones de amor y desamor 💕
ResponderBorrarMe encantó!!! Diálogos que emocionan hasta tocar el ❤
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